Estamos asistiendo esas últimas semanas a una especie de aceleración de la imbecilidad humana. Recientemente, se confirmó la destrucción del templo de Baalshamin en Palmira (Siria).
Destruir el patrimonio
de un pueblo es destruir su memoria colectiva e impedir que se aprenda del
pasado. La Unesco asimila esos actos a crímenes de guerra. Volvemos a una época
bárbara, aquella de las guerras de religión. ¿Es que el mundo no ha aprendido
la lección? ¿Nos estamos volviendo locos?
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