Quisiera iniciar citando una expresión que todos conocen, y es la de “archivo muerto”. Para todas las organizaciones, el documento “vive” mientras permanece en el archivador de la secretaria, hasta que a principio del año siguiente “muera”, al ser enviado en cajas de todo tipo a un almacén, donde permanecerá ad vitam eternam o hasta que se necesite el espacio.
Situación actual
¿Por qué esa cita? Porque muestra con toda
evidencia que no hay una conciencia clara de lo que es el flujo documental y en
consecuencia no hay gestión del documento. En el famoso “archivo muerto” la
documentación no fluye, pero resucita cuando se necesita algo. Sencillamente
porque se mezclan ahí documentos de todos tipos y años, cuyo valor no ha sido
establecido por medio a la llamada “Tabla de valoración documental” o
“Calendario de eliminaciones”. La situación es igual – o casi igual - en todos
los archivos, públicos o privados, que visitamos.
La razón de ese abandono es sencilla. El empresariado
(no trataremos ahora del sector público), en su gran mayoría cuando habla de
archivo habla de “costo” y es muy raro oír alguien decir que piensa “invertir”
en mejorar el funcionamiento del archivo. Recientemente, oímos un gerente
responder al responsable del archivo que pedía unos fondos para mejorar el
funcionamiento, que se quede tranquilo si quería conservar su puesto porque
“ustedes cuestan demasiado”. Sin embargo, se invierte en un nuevo software de
“gestión documental” sin pensar que ese software sin un archivo organizado, con
flujos documentales, procesos y procedimientos bien definidos, se convierte en
un gasto. Hemos visto muchos ejecutivos que, al reunirse con ellos, comentan
que han comprado “un software muy caro que no sirve”. No han entendido - y los
vendedores de software no se lo dicen – que, en el momento de la
implementación, se debe trabajar (ellos, no dejarlo al vendedor) con el flujo
documental y la “valoración” de los documentos.
La palabra “valorar” obviamente la ponemos
nosotros. Jamás se oye.
En general, el factor determinante es el espacio,
o mejor dicho, la falta de espacio. La secretaria “hace espacio” a fin de año
para recibir los documentos del año entrante. Se destruyen cajas enteras de
archivo en un almacén para colocar lo que sale de las oficinas. La noción de
archivos activos (o de oficina), semiactivos (o intermedios) y permanentes (o
históricos) no existe. De hecho, la noción de semiactivo o intermedio es
totalmente inexistente. Todas las empresas tienen el archivo que utilizan a
diario y el famoso “muerto”. El semiactivo está a menudo compartido entre las
oficinas y el almacén, puesto que no se ha establecido un calendario de
transferencias.
Tampoco se va eliminando copias y documentos sin
valor antes de enviarlos al almacén, donde se juntan con el arbolito de
Navidad, los equipos dañados y las herramientas de limpieza. Un elemento
importante en la valoración documental es la conservación. Esa noción es inexistente en la mayoría de los
archivos empresariales. No es raro encontrar documentos mojados en un sótano, o
llenos de excrementos de palomas en una nave donde además el sereno cría
gallinas, o atacados por gusanos. O una cocina improvisada en una mezzanina
donde se colocó una estufa de gas encima de un archivador lleno acostado al
lado de un tanque de gas.
Es decir que el concepto de seguridad que conlleva la valoración tampoco se aplica a los
archivos. Se entiende que guardar no importa cómo, los títulos de propiedad en
una caja fuerte son suficiente para protegerlos; o que, con colocar las
patentes registradas o los contratos de representación de marcas entre laminas
plásticas comunes, esos documentos están fuera de peligro.
Pero los ejecutivos sí valoran la información. Y la quieren de inmediato.
No les importa el soporte (papel, correo, disco, memoria, etc.). De hecho, a
menudo, preguntan si pueden destruir los papeles después de digitalizar los
documentos.
Enseñar a valorar los documentos
En general, la necesidad de valoración surge de un
inconveniente grave relacionado con los archivos de la empresa. El CEO pide una
carta y no aparece o aparece después de una semana, lo que le impide tomar
decisiones rápidamente. O viene un inspector de la DGII y resulta que parte del
archivo financiero ha sido destruido por error antes de tiempo. O la
Superintendencia castiga el banco porque los expedientes de clientes no están
organizados correctamente.
Es sabido que el país conoce un déficit grave en
profesionales conocedores de los documentos, la primera tarea es capacitar el
personal existente, cuyo nivel académico es a menudo bajo; sin embargo, es
común encontrar personas que llevan más de veinte años en el puesto y conocen
los documentos a la perfección. Lo más
complejo en esos casos es motivar esas personas a aceptar cualquier cambio.
Es una capacitación de nivel primario; hay que
olvidarse de teorías complicadas y palabras de especialistas que nadie entiende.
En el mundo empresarial hay que resolver, y resolver pronto.
Lo primero para eliminar el desorden es enseñar a
determinar los plazos de conservación en cada lugar. Para ese fin, se
determinan las series documentales (cronológico, expedientes de recursos
humanos, egresos, contratos, asambleas, etc.) y la tipología de los documentos
que componen esas series, recordando que todo depende de las actividades de la
empresa. ¿Cuánto tiempo se deben quedar en el activo? ¿Cuándo se transfieren?
¿Se destruyen? ¿Se conservan permanentemente? Y sobre todo, ¿Cómo se lo
presentamos a los ejecutivos de la empresa y a la persona a cargo del archivo
que deberá aplicar esa tabla?
Es evidente que, si queremos lograr nuestro
objetivo, o sea mejorar el funcionamiento del flujo documental, debemos ir a lo
sencillo. En caso contrario, la Tabla de Valoración será archivada y olvidada.
A continuación, mostramos un ejemplo de una tabla,
elaborada con el personal de una empresa, reducida al mínimo de informaciones y
aprobada tanto por el departamento legal como por auditoria.
Recordemos que en las empresas lo que se requiere
es la eficiencia y que un almacén de papel no es rentable, que sea propio o
alquilado.
Obstáculos encontrados
Primero, la resistencia
al cambio. Una gran parte del personal de los archivos empresariales no ha
sido capacitado jamás. Solo continúan tal como lo hacían sus antecesores, a
veces con pequeños cambios que ellos juzgan mejoras. Le tienen miedo a veces a
las máquinas y a las “soluciones inteligentes”, que según piensan, los van a
sustituir. A veces lamentablemente hay que recomendar a las empresas pensionar
o cambiar esas personas por ser un impedimento grave al funcionamiento
eficiente de un sistema de gestión documental.
Luego, la falta
de normalización. En efecto, al
levantar la documentación existente, es común encontrar el mismo documento con
nombres distintos según el departamento o la fecha o el actor: por ejemplo una
“circular” cambia bruscamente de nombre para llamarse “memo” y volver luego a
su primer nombre, por citar un caso sencillo. Ese cambio puede ser causado
sencillamente por un cambio de persona. La parte contable parece la más fácil
(existen normas y leyes), pero si bien muchos tienen bien definido lo que es
“ingresos” y “egresos”, otros llaman todo “entradas de diario”. Y ¿qué decir de
los contratos? los cuales, según la escuela de los abogados llevan nombres
distintos. Se debe establecer un tesauro de las tipologías existentes y
unificar los criterios. Ese proceso toma a veces varias semanas o meses según
el tamaño de la empresa y la disponibilidad del personal.
Otro obstáculo encontrado es la falta de organigrama y procedimientos. Es
necesario conocer la historia de la empresa, su funcionamiento. Se debe levantar el flujo de los documentos entre los
diferentes actores para entender la necesidad de consulta posterior. Si no
sabemos quiénes intervienen en la elaboración de un documento no podemos
establecer su valor administrativo o histórico. Tomo un ejemplo: las famosas
“solicitudes de ayuda” que llegan a todas las empresas toman un valor distinto
cuando sabemos que esa empresa tiene un “Comité de responsabilidad social”, el
cual decide si responder o no.
Lo más complejo y que genera muchas discusiones es
la fijación de los plazos. En esa
tarea hay que incorporar abogados y auditores que a menudo objetan lo decidido
por el usuario del documento y son poco disponibles, lo que atrasa
sensiblemente la puesta en marcha de un proceso de eliminación. Muchos no se
atreven a tomar la responsabilidad de ese tipo de decisiones. ¿Por qué es tan
difícil? Pues porque se necesita un análisis, o más bien un conjunto de
análisis. A veces nos preguntan porque nuestro equipo se compone entre otros de
ingenieros industriales y administradores. Sencillamente porque el
funcionamiento adecuado de un archivo depende de la comprensión de los procesos
de la empresas, los cuales todos afectan a la gestión documental. Para fijar
los plazos de transferencia, es menester conocer esos procesos a fin de
mantener la disponibilidad de los documentos según las necesidades de los
usuarios. Los únicos plazos que no se discuten son aquellos fijados por la
legislación.
Logística de las transferencias y eliminaciones
Luego de superar todos los obstáculos y de
establecer la tabla de valoración documental, queda por dejar instalada la logística
de la eliminación rutinaria. Y recordar siempre ir a lo más sencillo. Eliminar
una sola vez al año, a principio de año.
La transferencia desde las oficinas al inactivo
debe ir acompañada de una limpieza o primera eliminación. No debe llegar al
depósito cajas con basura, solo lo señalado en la Tabla de Valoración. Es el
momento de destruir las numerosas copias que se encuentran ahí. Luego se
transfiere bajo inventario, formulario tipo que debe haberse previsto
anteriormente y distribuido a cada departamento.
La eliminación de los documentos no permanente en
el inactivo, planificada desde la Tabla de Valoración, puede facilitarse de dos
maneras, según el tamaño y los medios de la empresa.
En las empresas que pueden adquirir un software de
gestión de gestión documental con la opción de manejo de depósito de archivos,
solo necesitan un reporte de las eliminaciones previstas en una fecha dada. En
empresas pequeñas, la utilización de un código de color para identificar las
cajas según el año de eliminación evita los errores de un personal de manutención
de bajo nivel.
Cualquiera que sea la solución, siempre se debe
tomar en cuenta que en una misma caja solo se pueden colocar documentos con la misma fecha
de eliminación.
Y siempre recordar que una eliminación debe ser
supervisada por el encargado del archivo, responsable de la custodia de esos
documentos hasta su fin. Esa responsabilidad no debe ser delegada sin arriesgar
a consecuencias graves. Menciono como ejemplos casos comprobados por nosotros:
las “canquiñas” envuelta en hojas financieras de una empresa conocida en las
paradas del Cibao o la carne envuelta en un mercado en hojas financieras
también de una institución del Estado Dominicano. En ambos casos, hubo despido
de varias personas, sin juicio. Quiero pensar que hoy, con la ley 481-01, el
castigo sería mayor, por lo menos para la institución del Estado.
¿Cómo vemos el futuro? Una luz en el túnel
El empresariado dominicano va a seguir sin
preocuparse por sus archivos, salvo en caso de inconveniente. Con el agravante
que, creyendo resolver un problema, ha empezado a digitalizar sus documentos
sin análisis previo, almacenando a veces carpetas con cantidades de documentos
no identificados. Vimos recientemente el caso de un archivo fotográfico digital
donde las fotos habían sido guardadas sin una información mínima, y donde
tenían una semana buscando una persona sin encontrarla.
Creemos que las empresas deben tomar conciencia
que digitalizar no es solo escanear y almacenar en carpetas o en software. La
identificación de las imágenes, o sea la indexación (o por lo menos la
aplicación de la Metadata) es un paso obligatorio para una consulta adecuada y
ágil de los fondos archivísticos.
Sin embargo, de la falta de conocimiento
archivístico, realidad que no escapa el sector empresarial dominicano, nace una
luz al final del túnel. Cuando estas situaciones se vuelven inmanejables, ya
sea por falta de espacio, sanciones por parte de las entidades reguladoras,
eliminación o deterioro de documentación sensible, contactan a empresas como la
de nosotros con la esperanza que podamos traer soluciones a las problemáticas
ya mencionadas. Por medio a nuestro trabajo es que vamos encaminando las
empresas hacia una cultura de valoración archivística. Van entendiendo que ese
concepto de valoración de la información está vinculado al soporte que contiene
esa información, y que su conservación es vital para una gestión documental
correcta.
Podemos citar como ejemplo una de las empresas con
las que trabajamos: tiene la visita al archivo dentro del tour que da a los
visitantes. ¿Cuántas empresas pueden decir esto? Esto porque formaron parte
activa en las tomas de decisiones del trabajo realizado y se sienten orgullosos
de sus archivos. Otra empresa con la cual trabajamos hace una década mantiene
sus archivos organizados, y si bien es cierto que una actualización es
necesaria, entienden lo que es valoración al momento que discuten una mejora en
los procesos. También el caso de otra, donde las reglas y los niveles de
seguridad se han mantenido a pesar de muchas dificultades.
Se avanza paso a paso, pero ya no se puede parar. Cada
día se hace más necesaria la gestión documental en el sector privado para
contar con información veraz, actualizada y rápida que ayude a la toma de
decisión en materia de "estrategias de fusión",
compra y venta; en detectar y corregir posibles fallas administrativas,
establecimiento de acuerdos y mejoramiento de posición financiera estratégica
entre otros. Y es posible que, en algunos años, el empresariado acepte remitir
sus documentos históricos, conservados adecuadamente, a un Archivo General que
ha empezado a generar confianza.
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