Una
cosa es el trabajo arduo que debe efectuar el archivista para mantener los
documentos en buen estado y dar servicio al usuario, y otra cosa es como el
público en general considera al archivista.
La
mayoría de la gente lo ve como una persona que “brega con papeles viejos y
sucios” (cito). Lo consideran más o menos al mismo nivel que un conserje. De hecho,
en mis viajes a archivos localizados en pueblos pequeños, me encontré con un conserje
muy mayor que apenas sabía leer y escribir a cargo de un archivo; y también con
una conserje-cocinera que solo podía atender al usuario si no era su tiempo de
limpiar y cocinar.
En
general, las personas no distinguen entre archivista y documentalista como bien
lo señala Marc Libert en su estudio “La imagen del archivista en los comics
belgas” (https://hleno.revues.org/183).
La
visión que se tiene es de una persona mayorcita, con lentes trabajando en un
sitio feo, sin ventana y lleno de polvo. La parte del lugar de trabajo en
muchos casos coincide, pero en lo que toca al archivista no estamos de acuerdo.
La realidad es que a menudo las empresas nombran en esos puestos a jóvenes que
aceptan el puesto mientras estudian, para entrar en una empresa, pensando
siempre escalar a otra posición.
Todavía
en República Dominicana, ser archivista no es una profesión.
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