Recibí hoy un documento firmado por Andrés Pak
Linares y Ana Guerra, y publicado por el ALA (Asociación Latinoamericana de
Archivos) en su página Web, que me puso a pensar mucho sobre la fiebre actual
de la firma digital / electrónica.
Se trata de un estudio encomendado por el ALA,
el programa IBERARCHIVOS y la Cooperación Española, llamado “Estado de la cuestión y propuesta de guía modelo
para una adecuada eliminación de originales por sustitución de soporte en los
países de Iberoamérica”
Resalto esta parte:
“b) sin tener en cuenta que no hay forma de que una digitalización
incorpore elementos de la materialidad del documento (tales como tintas,
firmas, características del papel etc…) por lo que el firmado digital no puede “dar fe” de la autenticidad del
documento original, toda vez que la copia no incorpora todos los atributos
(susceptibles de análisis diplomático) de éste
c) las firmas digitales, como objetos digitales que son, están sujetas a
la obsolescencia tecnológica.”
https://www.alaarchivos.org/wp-content/uploads/2022/07/GuiaModelo.pdf
En efecto, ¿Cómo puedo asegurar que podrán leer
en cien años la firma que yo aplico a los documentos que mandan a mi firma vía una
solicitud de firma? Por lo visto, muchos tienen dudas en cuanto a la
conservación y al valor probatorio de un documento firmado electrónicamente al
paso de los años.
Cuando observo la velocidad con la cual cambian
las herramientas tecnológicas, nada me parece muy seguro. Nadie ahora es capaz
de leer los documentos en un diskette que hace 20 años usaba todo el mundo. Y
¿Qué decir de los CD y discos ópticos? Sin embargo, los archivos del mundo
están llenos de documentos cuya autenticidad no se pone en duda. Una falsificación
se puede probar por medio a análisis de papel, tinta etc. ¿Podrán probar en 100
años que mi firma digital es la mía? ¿Podrán siquiera leerla?
Es una pregunta que queda abierta para todo el
que quiera tratar de responderla.
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