miércoles, 26 de agosto de 2015

Destruir un patrimonio es condenar el futuro

Estamos asistiendo esas últimas semanas a una especie de aceleración de la imbecilidad humana. Recientemente, se confirmó la destrucción del templo de Baalshamin en Palmira (Siria).
Destruir el patrimonio de un pueblo es destruir su memoria colectiva e impedir que se aprenda del pasado. La Unesco asimila esos actos a crímenes de guerra. Volvemos a una época bárbara, aquella de las guerras de religión. ¿Es que el mundo no ha aprendido la lección? ¿Nos estamos volviendo locos?

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